¿Por
qué mi interés en la educación rural?
José Francisco Buttó
Desde
muy joven me inicie como maestro en una escuela rural de una comunidad muy apartada, donde ser maestro
era toda una proeza y una tarea digna de
titanes, pues, además de caminar durante horas para llegar allí y luego para
regresar a casa, contábamos con muy pocos recursos y ninguno de tres servicios
fundamentales: agua potable, electricidad y aguas servidas, amén de carecer de
algún centro médico o ambulatorio en los alrededores. Sin embargo, aquello para
mí fue algo grandioso, una experiencia totalmente distinta a cualquier cosa que
había hecho o imaginado. Recibir día a día a aquel grupo de niños de 1er grado,
que ni siquiera habían pasado por preescolar e iniciaban su camino al mismo
tiempo que lo hacía yo, pero en un rol diferente, constituyó para ese momento
el más grande reto de mi vida y una enseñanza que marcó para siempre mi
existencia y logró que poco a poco empezara a enamorarme de una carrera que
comenzó como un trabajo más y terminó
siendo la gran vocación de mi vida.
Trabajar
en ese plantel durante ocho años me hizo
ver y padecer de cerca los problemas propios a esa realidad rural: la inequidad
de los servicios educativos brindados (calidad y accesibilidad), la pedagogía
de aula multigrado, la incidencia de las condiciones de pobreza en el proceso
de aprendizaje, el ausentismo y el abandono escolar como única salida ante un
modelo de educación impuesto y lejano a la realidad de las comunidades rurales.
En un momento que yo no
sabría precisar, quizá alrededor de año 2.008 empecé a preguntarme, de qué
manera otros países habían dado respuesta a estos problemas, cuáles eran las
formas que se habían encontrado para resolverlos. Entonces empecé a ver para
afuera y fui encontrando experiencias cubanas, mexicanas, chilenas, brasileras,
colombianas, argentinas y españolas; al tiempo que tímidamente me acercaba a
documentos que aparecían en inglés y que provenían de las asociaciones de
educación rural de los Estados Unidos o de naciones europeas; sin embargo, mi
iniciativa fue un poco cortada por el argumento -tal vez un poco cargado de
prejuicio ideológico- de algunos colegas que me decían: "Buttó, la escuela
rural norteamericana o europea no puede enseñarnos nada, somos tan distintos,
ellos tienen recursos y nosotros no, tenemos mentalidades diferentes, etc."
. Por
otra parte, para mi sorpresa y decepción, pocos colegas me apoyaban en esta
iniciativa, mucho menos lo hacían las autoridades educativas, que al hablarles
de escuelas multigrado, daban la impresión de que no tenían idea de esta
problemática y valoraban muy poco su impacto e importancia, incluso algunos
dudaban de su estatus como problema educativo y lo desdeñaban y minimizaban hasta
hacerlo invisible (para ellos).
Pero no se puede tapar el
sol con un dedo, así que seguí en solitario con mi exploración y luego comencé a
realizar mis propios planteamientos y a descubrir trabajos de algunos autores (Jesús
Núñez, Gastón Sepúlveda, entre otros) que me abrieron los ojos a otras
realidades y fueron ayudándome a configurar una propuesta propia que se
adaptara a la realidad de nuestro país y diera respuestas a las generalidades y
a las particularidades de la educación rural venezolana. Una propuesta que
recogiera lo mejor de nuestro sistema educativo y lo hiciera digno de esos
niños y niñas que cada día asisten a la escuela del campo con la esperanza de
un mejor mañana: “Inventamos o erramos”.
En otras entregas estaré
conversando sobre esta propuesta y desarrollando cada punto de la misma para
que los lectores puedan opinar y contribuir a mejorarla y enriquecerla con sus
aportes.
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